Dos lecturas al margen
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix
Hace ya la friolera de cuarenta y siete años, me dio clases de historia del arte una profesora cuyo nombre he olvidado; no así una de sus enseñanzas: la referida a cómo la pintura -las artes plásticas en general, pero muy especialmente la pintura-, que hasta entonces había tenido su norte en la reproducción fidedigna de la realidad, cambió de objetivo cuando, con la generalización de la fotografía fue desplazada inexorablemente por el nuevo arte en esa reproducción exacta del mundo. Digamos que eso fue en 1826, tras la obtención del primer positivo debidamente fijado por parte de Joseph Nicéphore Niépce. A partir de entonces, el nuevo norte de la pintura comenzó a ser la interpretación de la realidad por parte del artista.
Llegamos así a ese asunto que tanto me preocupa desde que me descubrió este dato aquella profesora: el paulatino, pero progresivo, abandono de la figuración por parte de la pintura. Un distanciamiento que, en cierto sentido, puede remontarse al Goya más madrileño -el de las Pinturas negras (1819)-, en el que se atisban algunas de las características de todo el arte que le sucederá; un alejamiento de la reproducción de la realidad que ya se presenta irrefutable en el impresionismo. Es decir, en 1874, si damos como punto de partida del impresionismo el año en que el crítico Louis Leroy acuñó el término, al escribir por primera vez -en tono despectivo, por cierto- sobre el impresionismo. Como es sabido, fue con motivo de una crítica del óleo sobre lienzo Impresión, sol naciente (1873), presentado por Claude Monet en el Salón de los Artistas Independientes de París meses después.
La primera de mis lecturas de las últimas semanas, al margen de la colección de cómics que más me subyuga desde que se me pasó la edad de leer tebeos -las aventuras de Alix-, pero, a la vez, perteneciente a ella, han sido tres entregas de Los viajes de Alix: el díptico egipcio y Pompeya. Vayamos por partes.
Traducidos al español por Glenat en 2004, recuerdo el interés que me despertaron en las librerías entonces, cuando descubrí entre las novedades los álbumes dedicados a Egipto. Sabía de estos viajes desde mi visita a esas espléndidas librerías, especializadas en bande dessinnée de los aledaños del bulevar de Saint-Michel, durante una estancia en París en el 2000. Una de las cosas que más me maravillaron entonces fue el descubrimiento de lo vasta y diversa que es la obra del gran Jacques Martin. Desde mi regreso a Madrid hasta la fecha, rendir el tributo debido al maestro del cómic histórico que fue Martin, mediante su lectura, se ha convertido en una de las empresas más deliciosas que me ocupan. Todo un afán.
Así las cosas, no hará falta que me extienda sobre el alborozo que me procuró ver esas traducciones en las librerías de comics de Madrid. Máxime considerando que aún faltaba para la nunca suficientemente ponderada edición española y sistemática de los álbumes del maestro, llevada a cabo por NetCon2 unos años después, toda una epifanía de la que aún sigo dando cuenta. Éstas que hoy me traen, son, de hecho, unas lecturas al margen de ella.
El Martin de Los viajes de Alix es aquel cuya degeneración macular le condenó a pasar los últimos veinte años de su vida perdiendo la vista paulatinamente -como la pintura se fue distanciando de la figuración tras la irrupción de la fotografía- hasta quedarse totalmente ciego. Terrible destino para un historietista. Tiendo a compararlo al de esos cineastas que corrieron la misma suerte: Raoul Walsh o el gran director de fotografía español Luis Cuadrado. De ahí que, a partir de 1990, tras dibujar sus últimas viñetas para Orión, el gran Jacques se dedicase básicamente a los guiones.
En los viajes de Alix se nos descubre además como uno de los grandes expertos del amado siglo XX en la Antigüedad en su concepción más amplia. Ya le sabía docto en la Antigüedad Clásica -en líneas generales y en lo que a Europa concierne el periodo grecorromano-. Pero en esta ocasión se ha demostrado igualmente sabio en lo referido al Antiguo Egipto: tres milenios largos de una civilización, aún más remota que la grecolatina, que -con independencia del traído y llevado eurocentrismo- es una de las cunas de la humanidad.
Desde el Periodo arcaico o Dinástico temprano, allá por el 3500 antes de la era común (a. e. c.), hasta la dinastía ptolemaica -acaso la más conocida por tener en Cleopatra a su mayor representante-, que se extinguió el 30 a.e.c., cuando Egipto pasó a ser una provincia romana, Martín, entre alusiones y amenidades, se refiere a todo el Antiguo Egipto. Naturalmente, no lo hace con el detenimiento de los estudios arqueológicos. Al fin y al cabo, estamos ante unos álbumes de divulgación dirigidos a los jóvenes aún legos en el tema; que, sin embargo, merecieron en su momento el elogio de algunos destacados docentes. Yo mismo, que, pese a ser un anciano, soy bastante ignorante respecto al Antiguo Egipto, he encontrado en estas páginas la mejor introducción a aquella civilización del antiguo oriente próximo. O la que más me ha seducido, por mejor decir.
Cuenta Martin que, hasta el siglo XVIII no hubo ningún interés sobre la Antigüedad -arqueológico, se entiende porque, como es harto sabido, el Renacimiento fue un replanteamiento de Europa tras una larga y detenida mirada a la Antigüedad Clásica-. Así pues, cuando los primeros europeos dieron con los primeros templos egipcios -que los naturales del país aún no valoraban, de hecho, saqueaban sus ruinas para la construcción de sus casas- aún faltaba casi un siglo para que la fotografía hiciese su irrupción. De modo que eran dibujantes quienes debían reconstruir, a partir de un elemento arquitectónico que emergía entre la arena del desierto, un templo entero en toda su grandeza. Paul Lukas realizó el primer dibujo de Karnak en 1704.
Casi trescientos años después, el complejo de templos de Karnak, junto al de Luxor y a la necrópolis del Valle de los Reyes, inspiraron el primer álbum egipcio de Martin. El suizo Rafael Moralès -quien, según he creído entender, entró en el universo de Alix en estos dos primeros viajes, pasando con posterioridad a dibujar algunas aventuras a partir de ¡Oh, Alejandría! (1996)- es el dibujante de las viñetas. Joviales como lo es siempre la línea clara -escuela de la bande dessinnée en la que, sin ser un cómic propiamente dicho, se enmarcan estos viajes sin duda alguna- suelen ocupar una página, a veces, incluso doble. En ellas Alix y Enak son dos viajeros intemporales -recuérdese que el tiempo de nuestro protagonista es el de Julio César, el siglo I a. e. c.- a los que he buscado entre las inmensidades dibujadas como quienes buscan a Wally en su célebre juego.
El segundo álbum del díptico egipcio es el dedicado a la isla de File -donde se alzaron los últimos templos del periodo ptolemaico e incluso algunos del romano-, y al resto del Nilo. Hasta cierto punto me toca más de cerca ya que File fue la isla que quedó sumergida bajo las aguas del Nilo para la construcción de la presa de Asuán. Auténtico logro de la ingeniería del siglo XX, fue la causa de que el templo de Debod acabase donde otrora se alzó el cuartel de la Montaña, en mi siempre bienamado Madrid. Este segundo álbum nos habla de un lugar doblemente mítico, pues, cumple con ese sino de Egipto -acaso trágico- que ha de ver cómo gran parte de sus tesoros arqueológicos han de sacrificarse en aras del moderno Egipto.
El caso es que, sin mención alguna a los célebres jeroglíficos, ni a las pirámides, estas nuevas maravillas del Jacques Martin que perdió la vista -entre las que no faltan dibujos de las vestimentas, desde las de los dioses a las de los esclavos- me han resuelto el enigma de tan colosales construcciones: al parecer fueron edificadas por prisioneros de guerra.
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Con todo, el álbum dedicado a Pompeya ha sido más de mi agrado. Quizás se deba a que la antigua Roma me interesa mucho más que el antiguo Egipto y Pompeya -ciudad mítica donde las haya- mucho más que la propia Roma. En esta ocasión, los dibujos son obra de Marc Henniquiau. Siendo el caso que la erupción del Vesubio, el veinticuatro de agosto del 79 e.c., fue tan rápida que sorprendió a muchos pompeyanos durmiendo, la velocidad del cataclismo fue la causa de que, en muchos aspectos, la vida quedase paralizada como en una fotografía cuando la ceniza de la lava cayó sobre ella.
No hay duda, esa vuelta a la reconstrucción de la antigüedad mediante dibujos, espléndidas viñetas de un tebeo, ha sido lo que me ha magnetizado de esta lectura. Esos cadáveres de los durmientes, que las cenizas volcánicas conservaron durante siglos en la última postura adoptada en su lecho de muerte -nunca mejor dicho- ya me eran conocidos: se han publicado innumerables noticias sobre ellos. Las víctimas, incluso están catalogadas.
Sin embargo, no han sido tan numerosas las noticias concernientes -por escatológicas, supongo- al fijado de los colores en los tejidos. A diferencia de los álbumes egipcios, estas páginas atienden antes a la descripción de la vida cotidiana -el comercio, las termas, el circo…-, que a la grandeza de la arquitectura. De hecho, Martin nos llama la atención sobre la estrechez de sus calles.
No conozco Pompeya, ¡ya me gustaría! Lo que sí que conozco es Roma y, al visitar El Foro, también me llamó la atención por las reducidas dimensiones de todo. Supongo que fue debido a que el cine tiende a magnificar el monumentalismo romano, al igual que al resto de la civilización latina. Pero lo cierto es que visto El Foro después de haberlo admirado con anterioridad en sus reconstrucciones del cine y del cómic -Roma no es sólo el peplum, también es todo un género en el cómic- visitado El Foro, la impresión general que me quedó es de que me había sabido a Poco.
Y aún me queda un dato. En la inevitable referencia a Los últimos días de Pompeya, la célebre novela de Edward Bulwer Lytton, publicada en 1883, uno de los personajes se llama Arbaces -en quien resuena la cultura del antiguo Egipto-. “Arbacés”, escrito así, con un acento llano que bien podía ser una licencia de los traductores españoles -en las ediciones francesas, creo recordar que dicho acento es agudo- es el griego, enemigo jurado de Alix. Me gusta detectar esas alusiones a la colección original. Por cierto, comenta Martin que al principio, en las primeras ediciones de estos viajes, nacidos cuando el gran Jacques tenía ciertos problemas contractuales con Casterman, la editorial original de las aventuras de Alix -y de las de Tintín-, el viajero era Orión.
Publicado el 5 de mayo de 2023 a las 01:15.